Hablar de ese pedazo de suelo rural que
dentro de Bogotá se encuentra, supone hacer una reflexión, tomar una postura y fundamentalmente,
desprenderse de estereotipos y prejuicios que dentro de la sociedad bogotana han
tenido efectos sobre el imaginario de la misma, así como de una u otra forma
han configurado las dinámicas dentro de dichos territorios. Hablar de la Bogotá rural,
supone también identificar las diferentes problemáticas que la aquejan,
estudiarlas y analizarlas. Como bien se ha venido diciendo, no es constructivo
para esta coyuntura el que nos quedemos con el simple hecho noticioso, por lo
que a continuación se hará un análisis breve de cada una de esas problemáticas
encontradas, que a lo largo de todo este tiempo fueron alimentadas con el
análisis y la opinión frente a las diferentes fuentes de información.
Bogotá es una ciudad que hoy en día se ha
logrado posicionar como un punto de encuentro con el mundo. Los diferentes
proyectos empresariales, su plan turístico e incluso hasta su riqueza en
biodiversidad, en su gran mayoría ubicada hacia las faltas de la misma, son
algunos de los factores que han hecho de ésta una ciudad que concentra un sin
número de intereses políticos y sobre todo económicos. Es de esta manera como
la capital de Colombia no se ha quedado por fuera de los vaivenes del sistema
mundo y su globalización capitalista, por lo que a su vez debe responder y
adaptarse a las mismas dinámicas del mercado; a esas políticas hegemónicas que buscan
el máximo aprovechamiento de un territorio. Y son precisamente esos territorios
que hoy llamamos rurales los que más disputas albergan, por su fisionomía y por
los actores que dentro de ellos interactúan.
Y es que esta es una de las principales
razones por las que territorios tan profundamente rurales como Sumapaz, Usme,
Ciudad Bolívar e incluso San Cristóbal, se han visto tan afectados por el
conflicto armado interno que padece el país. Por un lado encontramos que los
intereses en la tierra han fragmentado las formas de vida de los pobladores,
han amenazado ecosistemas y han generado pugnas. Por otro lado encontramos que
la violencia también se ha convertido en una variable constante en los
territorios con un perfil rural. Sin embargo, es importante mencionar que en
cuanto a la información acerca de estas realidades, los medios de comunicación
masivos recurren a la tan odiosa inmediatez. Esto quiere decir que no hay
contextualización de los hechos, que en su mayoría son de corte medioambiental,
separando así lo social, de lo medioambiental, de lo político y de lo
económico. No atar y relacionar esos cabos sueltos es como tener que hablar del
agua sin su composición química.
Otra problemática preocupante identificada
gracias al acercamiento a campo es la del desconocimiento y enajenación de un
gran número de los ciudadanos con respecto a la Bogotá rural. A esto sumemos
que las políticas institucionales van encaminadas a alimentar un modelo de
desarrollo, y sólo en pocas ocasiones van encaminadas a la inclusión y
bienestar de las comunidades campesinas y pobladores de las tan mencionadas
zonas rurales. A éstas las aqueja la pobreza, la vulneración de derechos fundamentales
y la indiferencia. Como ya nos lo preguntamos en una ocasión ¿quién se indigna,
quién interviene y quién legisla a favor de la Bogotá rural?
Este pareciera ser un cuestionamiento que
se pierde en el silencio absoluto de una ciudad que ignora su lado rural y va
en crecimiento acelerado. Por ello, es inconcebible que los científicos
sociales nos demos a la tarea únicamente de describir, estudiar y diagnosticar
este tipo de situaciones problema. Se hace urgente y necesario que el trabajo
resultante también sea propositivo, así como un medio de denuncia, de
divulgación y de información, limpia de sesgos y prenociones. Hay una Bogotá
que también clama la paz, pero esa paz no se construye si de por medio aún hay
pobreza, discriminación e indiferencia.
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